lunes, 9 de julio de 2007

La leyenda del Señor Sepultado de Santa Catarina

“Rafael del Llano estaba exhausto aquella noche. Luego de un día de intenso trabajo conducía al paso, por la calle del Teatro, el landó de alquiler del cual era cochero. Era viernes. La noche de un viernes santo ya bastante avanzada.

Después de trasladar a dos ancianas rezagadas hasta la calle del Seminario, regresaba a los establos de Schumann a rendir cuentas al patrón y guardar el landó. Como caminaba hacia el barrio de Santa Catarina, dobló en la esquina de la iglesia de la Merced y enfiló por la calle de la Esperanza.

Rafael, además de cansado, se sentía triste. Aquel ambiente impregnado de incienso y aroma a flor de corozo, pesaba sobre su espíritu, como el fanatismo místico sobre la ciudad.

Silencio absoluto. Calles solitarias y oscuras. Escuchaba tan sólo el ruido de herraduras del caballo que se estrellaban en el empedrado. Atravesó la calle de La Concepción, y vio la hora en uno de los relojes de la Catedral.

-Hay razón para estar cansado- musitó- si son ya más de las once. Y prosiguió su camino por la misma calle. En su mente bullía el recuerdo de los acontecimientos del día: había transportado a muchas personas a las distintas procesiones que recorrieron los barrios y las calles de la ciudad, sobre todo el Santo Entierro de Santo Domingo, a donde más gente se vio obligada a trasladar. En verdad estaba impresionado con esta última por su sobriedad, el silencio de los cargadores y la inmensa tristeza del cristo yacente. Además, era la procesión de su barrio. El vivía en el callejón del Carrocero.

Ese año –seguía pensando-, por primera vez en mucho tiempo, el Señor Sepultado de la iglesia de Santa Catarina no había salido en procesión. Se decía que muchas habían sido las causas: falta de dinero, de organización… en fin… ¡Qué sabía él! Su desolación era mayor aún porque además de cargarlo, le profesaba una fe inmensa.

-¡Ah sí! –se decía- , qué milagroso es el sepultado de Santa Catarina. Recordaba que cuando niño, su abuela le había contado la historia del Señor que remontaba a Santiago de Guatemala, mucho tiempo antes del terremoto de Santa Marta.

Le había relatado que una noche el Hermano Pedro se encontraba rezando a los pies de crucifijo, en una iglesia cuyo nombre había olvidado. (De acuerdo con la tradición oral de la ciudad de Antigua Guatemala y con las leyendas piadosas atribuidas al Hermano Pedro de San José de Betancourt, el hecho aquí narrado sucedió en la iglesia de El Calvario de Antigua, frente al Cristo Crucificado que está bajo el coro. Recuérdese que el Hermano Pedro, por ser terciario franciscano, vivió largos años en ese lugar).

Era ya muy tarde –había dicho su abuela-, pasaba la media noche… y cuando más arrobado se hallaba en su oración el Santo Hermano, escuchó la voz del crucificado que le decía:
-Pedro, hijo mío, quiero ser sepultado en el coro bajo de las Catarinas. El Hermano, sin titubear, se dio vuelta y recibió la imagen sobre sus hombros y salió muy despacio a la oscuridad de la noche. El peso del crucificado doblegaba su espalda. Por ser la imagen más alta que él, se vio obligado a arrastrarle los pies por el empedrado de las solitarias calles de la urbe. Así después de largo y penoso recorrido, llegó al Convento e iglesia de las Catarinas. Las monjas lo esperaban con cirios encendidos a lo largo del templo. En el coro tenía ya preparada una urna que acogería al Señor. Allí lo depositó el Hermano Pedro, con sumo respeto. (Testimonio de ese milagro eran las raspaduras hechas cuando lo llevaba en hombros y que la imagen todavía presentaba después de tantos y tantos años. Rafael las había visto y aún palpado).

Según su abuela, aquel suceso había estimulado a miles de fieles a acercarse a adorar al crucificado que había querido ser sepultado en aquel lugar.

Después de los terremotos de Santa Marta –concluían sus recuerdos- el Señor fue trasladado a la Nueva Guatemala y colocado en una capilla de la iglesia del Convento, que las monjas Catarinas habían mandado levantar, y donde hoy se encontraba.

Abstraído en estos pensamientos, después de pasar junto al callejón del Manchén, llegó a la calle Real y la atravesó. Poco faltaba para llegar a su destino. De golpe, las notas fúnebres de una marcha le hicieron volver en sí y buscar el lugar de donde provenía.

-¡No es posible! –exclamó- la procesión de Santa Catarina… ¡Y tan tarde! ¡Pero si me dijeron que no saldría este año!.

En efecto, a lo lejos veía Rafael, viniendo de la calle del Olvido y doblando la esquina del convento de las Catarinas, rumbo al templo, el anda en que descansaba la urna de oro y mármol del Señor Sepultado. Una banda de músicos marchaba tras ella. Abriendo la procesión, los ciriales llegaban ya casi hasta la puerta del templo, y luego dos columnas de cucuruchos con túnica negra y velas encendidas en las manos caminaban silenciosos y con lentitud a la vera de la calle…

¡Si camino rápido –se dijo el cochero- alcanzaré la bendición! El anda ya está llegando a la iglesia, pues oigo ya el arrastrar de las horquillas de los cargadores y las notas de la banda… el Señor ya está en el atrio… ¡tocan la granadera!... Y apresurando el paso de su caballo, salvó veloz las dos cuadras que aún le faltaban. Al llegar al atrio del templo su espanto fue tremendo… ¡no había nada! ¡la procesión había desaparecido!

Un viento fuerte se levantó y en su furia hizo tronar las campanas de la torre. El tañido se fue rebotando en el silencio de la noche.

Rafael, clavado en el coche, como una estatua, no acababa de comprender. Un sudor frío bañaba su rostro y un compulsivo temblor sacudía su cuerpo, hasta que cayó desfallecido en el pescante del landó.

El caballo, ya sin dirección y siguiendo su instinto, se encaminó a los establos de Schumann, ubicados en la calle posterior del templo.

A la mañana siguiente encontraron el landó en el patio central con el cadáver de Rafael del Llano en su interior, horriblemente crispado.

Y, desde entonces, el señor sepultado de Santa Catarina jamás volvió a salir en procesión.”

Por los viejos barrios de la ciudad de Guatemala. Celso A. Lara Figueroa.

Un fuerte abrazo a mi amigo Walter Edgard Grajeda, conocido como “Mello”, presbítero del templo de Santa Catarina, quien se encuentra por las lejanas tierras itálicas. Que Dios te bendiga y esperamos tu pronto regreso.

martes, 3 de julio de 2007

Fe, devoción y tradiciones antigüeñas


“Mucho antes de principiar la cuaresma anual, ya los devotos integrantes de las diferentes hermandades se encuentran en intensa actividad; nosotros que durante ocho años integramos la junta directiva de la Hermandad de Jesús Nazareno de La Merced, sabemos el teje y maneje de esas asociaciones religiosas, en consecuencia, podemos manifestar públicamente que nos consta que en ésta época es cuando todos los integrantes de esas hermandades se acuerdan que tiene ciertos deberes y ciertas obligaciones… Que hay que cumplirlas en la mejor forma… y entonces viene el trabajo. ¡La junta directiva ordena y hay que obedecer…!, vienen las comisiones, trabajo y desvelo… todos los integrantes de la hermandad desean cumplir en la mejor forma; pero no se vaya a pensar que es algo impositivo… ¡No, nunca!, todos cumplimos con nuestras obligaciones y deberes con el mejor de los gustos y sin que haya la más mínima molestia.

¡Los mercedarios saben serlo!, no hay duda, no les importa quién o quiénes integran la junta directiva…, ellos sólo saben que el Nazareno –creación del inmortal Alonzo de la Paz- saldrá un año más a recorrer las calles de la centenaria Antigua a prodigar sus bendiciones a todos aquellos buenos católicos que ven en su imagen al bello redentor de los pecadores. ¡Y vaya que es imagen…! El divino Nazareno le dicen los de la mayoría, nosotros que hemos sido sus servidores en la junta directiva, siempre le llamamos: nuestro Jesús de La Merced, ¡Y qué Jesús! ¡Qué atractivo! No se crea que somos adoradores de una imagen, ¡no! Somos devotos de un Jesús burilado por un gran artista que tuvo el privilegio de esculpir a ese Nazareno que todos veneramos y que el mismo hermano Pedro lo escogió como su predilecto.

Año con año, cuando llega la Semana Santa nos vemos las caras, antigüeños que no resi
dimos en Antigua Guatemala, pero que no podemos dejarla sola cuando sus días grandes llegan. En medio del mayor respeto dentro de las filas cucuruchas –ahora con tapasol palestino- vemos a los hijos de Antigua, esperando su turno para llevar sobre sus hombros al Nazareno de La Merced y… tal vez con recelo o más bien con respeto (porque somos directivos), nos dicen: ¿qué tal vos?, o bien, ¿cómo está?; no podíamos faltar hoy ¿verdad?, y como éstas, muchas otras expresiones de cariño y amistad o simplemente expresiones entre paisanos; ese saludo anual, para nosotros vale mucho, son las mismas caras, los mismos hombres –mercedarios- que año con año llegan a su tierra y esperan su turno –por estatura- para cargar al divino Nazareno; pero no sólo los antigüeños gozan en esos momentos… guatemaltecos capitalinos y de otros departamentos ya tienen el fervor y la devoción de llegar a la ciudad de Santiago de los Caballeros y saben que llevarán en hombros al Nazareno Mercedario, no importa dónde, mejor si es en un silencioso callejón de esa romántica ciudad, porque a ellos no les inspira ningún exhibicionismo, ni mucho menos, ¡sólo su devoción de estar un momento con el Jesús del venerable Hermano Pedro de San José de Betancourt, la imagen del Jesús de Galilea y que es el más bello de los Nazarenos!

Bueno, pero comienzan las comisiones y los trabajos para los directores y demás miembros de la hermandad, cada quien tiene que cumplir su cometido… ¡y vaya que lo cumple! si no… pues no saldría nada bien y en la realidad hemos visto con satisfacción que nuestra hermandad siempre ocupa un puesto de honor en cada representación religiosa de la Semana Santa, tanto en su disciplina interna como en su organización y respeto en el curso de las procesiones, notándose desde luego que el resto de hermanos cargadores han comprendido y respetado las disposiciones de la directiva, que tienden naturalmente a mantener el prestigio de una hermandad organizada. Ahora que por razones personales hemos presentado nuestra renuncia y por consiguiente dejamos de ser directivos y volveremos a las filas del cucurucho raso, esperamos que aquellos que quedan en la lucha contienen en el mismo plano, es decir laborando con amor para Jesús Nazareno y espíritu trabajador para su hermandad, virtudes que siempre han caracterizado a los directivos mercedarios.

Sin embargo, diremos otras cosas. Nuestra hermandad seguirá siendo la más ordenada, la más completa y la más grande, pero hay mucho más que hacer en Antigua Guatemala, especialmente en algunas otras hermandades que no han tenido suerte en su funcionamiento interno y que en algunas ocasiones han lamentado desórdenes que desdicen mucho del prestigio continental que ya tiene Antigua Guatemala, por sus representaciones religiosas durante Semana Santa.

Aprovechamos esta oportunidad para enviar nuestra voz de aliento a todos los integrantes de otras hermandades, especialmente a la de la Escuela de Cristo, que fuera la escogida por nuestros mayores para que nos iniciáramos como hermanos cargadores, principiando como cuando aún éramos muy niños; deseamos para ella una mejor organización para mantener su siempre imponente procesión del Santo Entierro, que todos los Viernes santos llena de admiración a propios y extraños cuando en medio de cientos de cirios desfila el bello Cristo yacente en su elegante urna sevillana, a través de calles y callejones de la exmetrópoli centroamericana; sirva esta voz de aliento también, a los directivos de San Felipe, San Francisco, San Bartolomé Becerra, San Cristóbal y a todos los de las hermandades pequeñas, para que unifiquen esfuerzos entre sí y a base de comprensión y amistad con otras hermandades, haciendo a un lado todo sentimiento de competencia.

Con el anhelo de mantener las tradiciones de nuestro terruño, con fe y cariño por nuestras costumbres religiosas, pensamos en cimentar aún más las tradicionales costumbres de Antigua Guatemala, mantener el verdadero significado de esos actos litúrgicos, creando algo nuevo para nuestra Semana Santa, pero algo apegado a la realidad histórica de la pasión de Cristo, por lo menos lo más ajustado; para el efecto procedimos a estudiar y elaborar los estatutos para una nueva hermandad que funcionaría con el nombre de Hermandad del Santo Cristo de la S. I. Catedral de la Antigua Guatemala; creando además la Orden de los Cruzados de Catedral.

De esta nueva hermandad, que en sus principios pretendió rendir veneración a la bellísima imagen del Cristo yacente de los Dolores del Cerro y a la imagen de la Santísima Virgen, que en la actualidad se encuentra en la S. I. Catedral, podemos decir que se habían planeado sus bases fundamentales, reglamentaciones internas y estatutuarias en forma tal, que debería diferenciarse enormemente de los sistemas y formas que en la actualidad tienen todas las hermandades de la república; era nuestro deseo crear una verdadera hermandad entre los Cruzados de Catedral, quienes en sus representaciones religiosas deberían construirse en verdadero ejemplo o modelo para todas aquellas que en la actualidad han desvirtuado –por razones muy comprensibles- la verdadera significancia de estas manifestaciones de nuestra religión.”

René González Barrios, 16 de abril de 1,962, Diario El Imparcial.